Cae la
noche en el Distrito Federal y las
calles de la ciudad comienzan a teñirse de una extraña seducción y deseo. En la
esquina la silueta de una mujer aparentemente joven se deja acariciar poco a
poco por el manto de la noche, sus ropas sumamente ajustadas contrastan
perfecto con su belleza, el escote altamente pronunciado incita a ahogarse en
un abismo de lujuria y pasión, su falda corta destaca el pecado en el cual
muchos desearían perderse, no admirarla sería un acto de cobardía. Su bolso y
el humo de un cigarrillo que pasea suavemente por su rostro serán sus
acompañantes esta fría noche en lo que un buen cliente se aparece.
Como podrán
darse cuenta hablamos de las cortesanas, suripantas, mujeres de la vida galante
o prostitutas como mejor se les conoce en el mundo vil. El mencionar al oficio más
antiguo de la historia siempre ha sido un tema que para algunos es motivo de
mesura y para otros de un análisis profundo.
Mujeres
que ganan el pan de cada día exponiendo el físico ante la monstruosidad de la
noche, donde las horas de pie son el trámite tortuoso para poder ganar unos cuantos billetes. Un
oficio donde las practicantes de este servicio se convierten en la amiga, la
confidente, la terapeuta sexual e inclusive la psicóloga que escucha y entiende
a detalle cada problema de cada cliente.
Y aun así
las mal miramos, juzgamos e inclusive sentimos lastima pero siempre será más fácil
criticar a los demás sin ponerse en sus zapatos, sin analizar el ¿Por qué lo
hacen? La justificación es sencilla y fría, por necesidad y por que nacieron en
un país donde no haces lo que quieres si no lo que puedes.





